Todos los días asistimos a un relato de lo que vive nuestra sociedad y el mundo. Es una selección de hechos elaborada por profesionales del periodismo que cumplen un rol importante en seleccionar los temas “de interés público”.

Sin embargo, cada día, ese relato que consumimos en los diferentes medios y hoy en día amplificado en las redes sociales, nos cuenta un fragmento minúsculo de la realidad. Tiene lógica. En las antiguas clases de periodismo nos lo ilustraban explicando que no es noticia que un perro muerda a una persona, que noticia sería que sucediera lo inverso. Esta dinámica tiene su sentido, sin embargo provoca una percepción de la realidad que no es real, valga la contradicción. La realidad es que la normalidad es lo que sucede y conduce la vida cotidiana de millones de personas en todo el mundo, y las excepciones, aún cuando ocupan un lugar importante en la agenda de noticias, siguen siendo excepciones.

Comprendiendo esta lógica, es válido preguntarse por qué no ocupar más espacio en las noticias, contando la normalidad de un modo que resulte atractivo. Es un desafío narrativo, pero es válido plantearlo. Podrá cuestionarse que un relato sobre “la normalidad” no tiene atractivo, no tiene interés público, no genera interés y por lo tanto, además, no genera ni retiene audiencia, que en definitiva es de lo que viven los medios. 

Construir nuevas narrativas para contar de un modo diferente lo que hace que la sociedad funcione es un desafío para los comunicadores, y a mi juicio, una responsabilidad social de nuestra profesión y una obligación moral.

Esto no es difícil cuando se trata de organizaciones públicas, porque su esencia las hace objeto del interés público. Lo que hace o deja de hacer un organismo público, lo hace usando los recursos dados por los ciudadanos y a ellos se debe rendir cuentas por ese uso. Amplificar lo bueno que se hace, será responsabilidad de esos organismos y no de la prensa dirán muchos periodistas, su rol será darle visibilidad a las desviaciones, no a la normalidad, y es atendible el planteo, pero eso genera una distorsión de la realidad si la prensa solo cumple ese rol de amplificar lo que está mal, lo que no funciona, las irregularidades. Ser conscientes de ese efecto, genera un dilema ético para la profesión, que a mi juicio se resuelve generando espacio para amplificar también lo que funciona bien, y ahí el desafío es el de encontrar la narrativa adecuada para hacerlo sin renunciar a ningún criterio de trabajo periodístico profesional, por el contrario. ¿Cuánto espacio darle a un tipo u otro de contenidos? ¿Cuánto es lo correcto? Realmente es difícil, por no decir imposible de cuantificar ese supuestamente deseable equilibrio, pero lo cierto es que su definición es parte de la tarea diaria de editores de todos los medios y en eso va una de sus más difíciles tareas y responsabilidades sociales. 

A nivel privado puede parecer más difícil lograr ese interés público, sin embargo, las empresas y organizaciones privadas son un pilar clave del funcionamiento de una sociedad y también su exposición pública cumple una función de control social importante. Y esto también debería aplicarse tanto para la noticia que denuncia irregularidades como para la que cuenta buenas noticias. ¿Cuándo algo positivo, que hace una empresa u organización privada, es noticia? ¿Cuando sus consecuencias afectan a muchas personas? ¿A cuántas debe afectar para que sea noticia? ¿es ese el criterio? ¿O es lo inédito, lo novedoso, lo único? Seguramente una combinación de todos estos estos factores está en la decisión de los editores cada vez que se enfrentan a una gacetilla de prensa. Todos sabemos que una gacetilla tiene un valor muy limitado para un periodista, pero lo tiene, y darle más valor, logrando una nota valiosa, es un desafío para todos los comunicadores que intervenimos en ese proceso. En eso estamos.